100 años del nacimiento de Fernanda de Utrera, reina de la soleá

 Texto BERTIE ESPINOSA

Ilustración: Pedro Jaén Seijo

Fotografías: Archivo Cátedra de Flamencología de Jerez-Centro Andaluz de Documentación del Flamenco

Hubo un tiempo, en el que dos mujeres de Utrera recorrían el mundo cantando con pena. Era el canto de dos mujeres que eran hermanas y estaban solas. Y cuyas voces se complementaban hasta el infinito. Hasta engrandecer el mito que hoy en día son para el flamenco. Y para la pena.

Celebramos el 100 aniversario del nacimiento de Fernanda de Utrera, la mayor de las hermanas, que murió en 2006, mientras que Bernarda, nacida en 1927, murió en 2009. Vidas y muertes paralelas para unas voces que también lo eran, pero con sus matices. ¡Benditos matices! Carlos Lencero decía que “Fernanda es el futuro y el pasado muriéndose de amor en el presente”, mientras que Bernarda “si no canta, esa noche la luna no se levanta”.

“Después de oir a Fernanda de Utrera, cualquier otro cante nos suena a charla vacía”, sostenía Anselmo González en 1960, que añadía “la Fernanda es un microcosmos perfecto”. Epicentro de una constelación flamenca propia, que tiene su propia ley de la gravedad, su propio aire, el aire de las niñas de Utrera. Fernanda y Bernarda eran las nietas del Pinini, que tiene unas cantiñas propias. ¡Ahí es nada! “Tus cabellos y los míos / se han enredado / como la zarzamora / por los vallados…” No hay grabaciones de él, pero la tradición oral nos ha llevado a conocer sus letras a día de hoy, en gran medida, popularizadas por sus nietas, que recorrieron el mundo de principio a fin para llevar su tierra siempre por bandera: Utrera. Fueron pioneras en su pueblo y están en el ojo del huracán de la edad de oro del cante. Edgar Neville las filmó en su “Duende y misterio del flamenco”, Carlos Saura en su “Flamenco” y Pedro Almodóvar escogió su cante para “Kika”. Musas en el cine de culto. Musas en la calle de su pueblo, y musas en cada tablao que existe en el mundo. Pasaron por todos los de su época, de Madrid a Barcelona pasando por Sevilla. Estuvieron en Nueva York preguntándose por dónde quedaba Utrera, y en París, donde siempre eran jaleadas por los franceses que aman el cante jondo. Pero también en Los Ángeles, donde una noche, entrada la madrugada, todo el bar cantó con ellas la parte final de “Cuando se entere el sultán”: “ay gitana tú eres mora / mora de la morería”; para acto seguido seguir Fernanda pregonando “(Tengo) una gran fantasía / como mi hermanita Bernarda / nadie cantará en su vida”. Amor fraternal hasta el final. Una y otra se dedicaban piropos en sus cantes, y tenían una compenetración tan grande que cuando sacaron un disco en solitario fue uno y no más. Fernanda era la reina de la soleá y Bernarda de la bulería. Lo sostienen los entendidos, los aficionados y las enciclopedias del flamenco. Sus grabaciones han quedado para la eternidad y uno no puede dejar de pensar que poder escucharlas aunque sea a través de la red es una maravilla apta para los mejores paladares. Quienes busquen efectismo solo encontrarán pureza. Son eso, representan eso. En todo su ser y esencia, la pureza de una tierra que es sello propio en el flamenco. Sentían lo que cantaban. Lo sufrían. La propia Fernanda lo dice en una entrevista: “A Bernarda le pasa lo mismo con el romance de la Reina Mercedes, cuando dice «Te vas camino del cielo, sin un hijo que te herede…» ella se pone a llorar. ¿Por qué? pues porque lo vive”.

Juan Verdú sostenía de Fernanda que “su voz, un lamento de amor y de tristeza, de vida y de pasión, crispada, manos apretadas, esfuerzo por decir y comunicar el dolor de un pueblo, de una vida, sencillez y humildad, menudita, con una personalidad inimitable, morena, pelo rizado que le nacía en el burladero de su frente, sus ojos mandaban en el ruedo del escenario y leían lo que sentían hasta los de la última fila, aunque se estuvieran comiendo el coco, feliz de ser flamenca, de ser gitana y de vivir, sus pómulos eran su escudo de familia, familia de postín, los Pinini”.

Fernanda cuenta además que cuando se montó por primera vez en el avión para ir a América pasó mucho miedo: “¡Qué miedo pasé! Fijate, un «reacot» de cuatro motores en el año 64 y en siete horas estábamos en América. De momento había un sol que era un portento. Yo me senté y los tocaores a mi lao. Bernarda con la Virgen de Consolación, y yo que compré una estatuilla de Medinaceli. Y las dos llorando, y yo acordándome de mi gente. Uno de los tocaores no hacía más que animarme: «Fernanda, no llores, mujé…»; y me dice otro: «Mira, Fernanda, el Atlántico». Y yo dije: «¿Quién es ese Atlántico?»”. Leer sus entrevistas hoy es un ejercicio de ponerse frente a la pureza de una mujer que no se dejó contaminar por modas ni modos que no fuesen los suyos propios. Los del propio universo que la rodeaba y el aura que emanaba de ellas, cada vez más mitificadas y con razón. Estamos ante los cien años de una mujer excepcional que era hermana de otra excepcional. Dentro de cuatro años celebraremos otro escenario. Y aquí estaremos para recordar esta maravilla que no cesa y que ya es patrimonio de la humanidad para la eternidad. Ω

*Artículo publicado en Fearless verano 2023

 

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