“La imaginación abraza el mundo entero, y todo lo que alguna vez habrá que saber y entender” Albert Einstein
El pintor surrealista y duchampiano Gonzalo López-Pelegrín inaugura en Madrid, el próximo 28 de noviembre la exposición.
“El relincho de la musaraña. Obra reciente y no tanto” .
Comisariada por Miguel López-Pelegrín, va a estar ubicada en la sala Plató Cenital de Madrid., en la calle Santa Hortensia 16, Prosperidad.
Las diferentes facetas de Gonzalo López-Pelegrín abarcan desde la creación pictórica más pura hasta la ejecución de esculturas tipo “objet trouvé” pasando por el collage y las instalaciones. En sus obras le caracteriza un dominio de las formas y colores, que llaman enseguida la atención del observador, mientras que de telón de fondo laten cuestiones que plantea desde una posición irónica con grandes dosis de humor.
La poesía visual de la obra de Gonzalo nada en un océano de surrealismos, donde la realidad se desvanece creando un universo mágico, las formas reconocibles se transforman hasta renacer con una vida propia que traspasa los límites de lo esperado.
Pero no todo queda en el ámbito de las dos dimensiones. Su obra escultórica, una serie de objetos que han perdido su función original y que el artista ha convertido en obra de arte, apela a mundos imaginarios, estableciendo un diálogo con el espectador, como un exponente más del variado y colorido surrealismo salvaje que el artista nos plantea.
¿Por qué hago ahora la exposición?
Probablemente la razón es bastante práctica: casi siempre he trabajado haciendo retratos por encargo, pero últimamente me apetecía pintar sin ninguna indicación del cliente, ni presión por entregar a tiempo. De pronto me encontré con más de 50 cuadros y me ofrecieron el Plató Cenital para exponer. Parece que todo constelaba para la muestra se realizará antes de Navidad.
¿Quiero decir algo con mi pintura?
Tengo una amiga escritora, Bárbara Aranguren, a la que le pido siempre la interpretación de mis cuadros. Ella, como buena escritora, capta lo profundo de las imágenes y de los personajes, y muchas veces me revela lo que yo mismo no entiendo de mi pintura.
Donde me inspiro:
Desde el principio mi obra es una mezcla de mundos oníricos y surrealistas. Como en los sueños hay siempre elementos simbólicos y otros absurdos. Necesito siempre de la naturaleza y del humor.
Primero viene la obra y luego el título:
Muchas veces poner título a un cuadro me ayuda a captarlo, a interiorizarlo. Antes de hacerlo, pintando, me dejo llevar por lo que surge de mi imaginación. Si se trata de un retrato, de los mundos que el personaje me sugiere o, en algunos casos, de lo que me haya solicitado.
El pintor madrileño Gonzalo López-Pelegrín (Madrid 1951) es uno de los secretos mejor escondidos, aunque de los más revelados por la vía del boca a boca, de la Villa y Corte de España.
López-Pelegrín se ha convertido en el retratista de moda tanto de la alta sociedad madrileña como de algunos afamados artistas casi sin quererlo: su mundo propio es tan rico y original plásticamente que desde hace algunos años sus amistades empezaron a encargarle sus propios retratos o los de sus hijos o mascotas queridas. Y él los realizaba, pero aportando mucho más que el mero rostro al óleo de la persona que lo requería y haciéndolo de una manera única y exquisita: en torno al personaje pintado, López-Pelegrín se dedicó a distribuir, con una gracia inimitable (pues la ironía en él es un grado de inteligencia, como demuestran muchas veces los títulos de sus obras), objetos o símbolos referidos a la personalidad y a la vida del retratado, de tal manera que sus cuadros, para el que los contempla, son un collage de elementos bellísimos que a la vez sirven como claves para profundizar en el carácter o las vivencias de la persona en cuestión y, por lo tanto, hay que descifrar, traducir, intuir o descubrir, todo ello tareas de las que el mundo moderno está ávido.
Podemos decir que su pintura desarrolla nuestras mentes y a la vez nos llena de gozo pues estamos ante un pintor de una factura tan precisa y fiel como un renacentista a lo Durero, con una pasión por la naturaleza y por el humor como un Arcimboldo, pero con la profundidad contemporánea que aporta a sus retratos la incorporación del inconsciente más bien junguiano, el mundo de la simbología y de la belleza de lo misterioso.
Peces, flores, tejidos, insectos, mapas, ciudades, universos, caligrafías, todo esto y mucho más, son elementos que Gonzalo López-Pelegrín utiliza en abundancia manierista para rodear a sus retratados y poblar con significados el mundo de cada uno, como si pudiéramos a la vez contemplar el rostro de la persona, con técnica precisa, y su mundo subjetivo, lo que ni siquiera el personaje sabe de él, el Sí Mismo o el Self, en terminología jungiana, ese que uno es pero que nos lleva toda la vida encontrar.
Por todo lo dicho, Lopéz-Pelegrín es lo contrario a un retratista superficial. Ni lo es en su técnica ancestral al óleo, ni en sus composiciones estudiadas ni, sobre todo, en el resultado de sus obras: quedan en esos lienzos retratadas las personas como son por fuera físicamente en el momento del retrato, pero con la enorme riqueza de estar rodeados por sus mundos de fantasía, de sus sueños, de sus otras posibilidades latentes, de la trayectoria vital de cada uno en esa apasionante búsqueda del Self.
Bárbara Aranguren (escritora)