La tragedia de la DANA vivida en Valencia nos ha mostrado nuestra vulnerabilidad en toda su realidad. La naturaleza nos devuelve a nuestra propia condición de debilidad. En una situación así es lógico sentirse desesperanzado, pero la fe nos insta a contar con Dios, con su providencia, y a abrirnos a la esperanza. La mayor de las pobrezas es perder la esperanza. El Evangelio nos llama a mantener la fe y buscar a Dios en medio de la desgracia.
En la Jornada Mundial de los Pobres del pasado año, bajo el lema «La oración del pobre sube hasta Dios»1 (Eclo 21,5), el Papa Francisco nos recuerda que “los pobres tienen un lugar privilegiado en el corazón de Dios”2 y que debemos “hacer nuestra la oración de los pobres y rezar con ellos”, remarcando que “la opción preferencial por los pobres debe traducirse principalmente en una atención religiosa privilegiada y prioritaria”3.
Desde su creación en 2017, esta Jornada Mundial se ha constituido como una cita obligada para la Iglesia universal, ya que, tal como nos ha manifestado el Papa Francisco, “los pobres tienen todavía mucho que enseñar porque, en una cultura que ha puesto la riqueza en primer lugar y que con frecuencia sacrifica la dignidad de las personas sobre el altar de los bienes materiales, ellos reman contracorriente, poniendo de manifiesto que lo esencial en la vida es otra cosa” 4.
Este compromiso con los pobres debe incluir la oración y la acción, por ellos y junto a ellos, porque “si la oración no se traduce en un actuar concreto es vana, de hecho, la fe sin las obras «está muerta» (St 2,26). Sin embargo, la caridad sin oración corre el riesgo de convertirse en filantropía que pronto se agota”5 , ha expresado el Santo Padre. Ya Benedicto XVI consideró que si la acción solidaria no tiene una dimensión espiritual “se reduce a un simple activismo”6 , contrario a la identidad católica.
Con motivo de la tragedia sufrida en Valencia, con tantas familias que han perdido a sus seres queridos, sus hogares, bienes y medios de vida, cobran nueva luz las palabras del Papa Francisco, que nos revelan nuestra vulnerabilidad pero que nos instan a redescubrir la condición fraternal y a mantener la esperanza.
La Jornada Mundial de los Pobres se celebra cada año el domingo anterior a la festividad de Jesucristo, Rey del Universo, “para que en todo el mundo las comunidades cristianas se conviertan cada vez más y mejor en signo concreto del amor de Cristo por los últimos y los más necesitados”7 , en palabras del Santo Padre. La cita fue instaurada la ESPERANZA es perder en 2017 por el Papa Francisco, con el objetivo de animar a los creyentes a reaccionar frente a la cultura del descarte y el derroche, transformándola por la cultura del encuentro, e invitando a todos, creyentes y no creyentes, a disponernos a compartir nuestra vida con los pobres, a través de gestos concretos de fraternidad.
Dios ha dejado al hombre libre y a la naturaleza autónoma. Por ello, al ver estos días los ejemplos de solidaridad, nos hemos dado cuenta de cómo esta tragedia ha pasado de ser un gran dolor a un milagro de fraternidad, donde todos hemos intentado dar lo mejor de nosotros mismos. Una vez más, el amor ha vencido a la muerte. Cuando por una deformación teológica pensamos que Dios nos ha abandonado a nuestra suerte, tenemos que descubrir que Él siempre está a nuestro lado, bendiciendo a quien padece y sufre, pues el libre albedrío forma parte de nuestra condición humana.
Queremos agradecer desde estas líneas a todos los que habéis venido desde otros lugares a Valencia, vuestro compromiso y testimonio con esta tierra y sus gentes.
Nunca olvidaremos este gesto de amor.